A finales del siglo XIX, el físico francés Jacques Arsene d’Arsonval propuso un método para generar electricidad que empleaba el mar como un colector gigante de energía solar. Se cree que esta tecnología, llamada “Conversión de Energía Termal Oceánica” (OTEC por sus siglas en inglés) podría permitir el establecimiento de un sistema eficiente de almacenamiento de energía a lo largo y ancho del mundo, suministrando un flujo energético lo bastante grande como para satisfacer las necesidades del planeta.
El OTEC se basa en la idea de explotar las diferencias de temperatura entre las aguas profundas y superficiales, para de este modo generar potencia eléctrica. Las aguas poco profundas del océano pueden llegar a calentarse hasta los 29ºC en los trópicos. Solo un kilómetro por debajo de estas cálidas aguas, la temperatura es significativamente más baja, con caídas frecuentes por debajo de los 5ºC. Estas diferencias extremas de temperatura se emplearían para operar turbinas de vapor, que activarían los generadores para producir electricidad. Los expertos estiman que, un día cualquiera, los 60 millones de km2 de superficie ocupada por los mares tropicales, absorben una cantidad de radiación solar equivalente a 250.000 millones de barriles de petroleo. Para poner en una perspectiva más inteligible estas cifras, digamos que esto implica que bastaría con aprovechar algo menos del 0.001% de esta energía (convertida en potencia eléctrica) para producir más de 20 veces la cantidad consumida diariamente por los Estados Unidos.
A lo largo de los años, se han producido varios intentos para ajustar y refinar esta tecnología y construir un prototipo funcional de planta OTEC. Un estudiante de D’Arsonval llamado Georges Claude, fue el primero en lograr la construcción de una de estas plantas, hecho que tuvo lugar en Cuba en el año 1930. La planta de Claude fue capaz de generar 22kW de electricidad empleando una turbina de baja presión. Este experimento demostró la viabilidad de este sistema, o en palabras del propio Claude: “hizo que mis virulentos oponentes tuvieran que morderse la lengua”. Cinco años más tardes, Claude construyó otra planta OTEC a bordo de un buque carguero. Desafortunadamente, el barco resultó destruido poco después de su botadura debido a malas condiciones meteorológicas. La aparición de grandes cantidades de petroleo barato, a mitad del siglo XX, condujo finalmente al cese de la actividad investigadora en torno a las plantas OTEC.
Un equipo de arquitectos británicos, entre los que se incluyen Dominic Michaelis, Alex Michaelis, y Trevor Cooper-Chadwick, se encuentra en la actualidad trabajando en un proyecto con el que esperan traer de vuelta a la vida esta idea centenaria. Juntos han propuesto la construcción de una red de “plataformas flotantes”, que además de funcionar como generadores de potencia OTEC, estén equipadas con turbinas eólicas y maremotrices (véase ilustración). De este modo, las plataformas podrán explotar simultáneamente tres fuentes de energía naturales para suministrar electricidad “de forma constante”. Los científicos dicen que una sola “isla” con este diseño sería capaz de producir alrededor de 250MW, mientras que si se construyesen 50.000 de estas “islas”, el mundo sería capaz de saciar sus necesidades diarias de energía.
Según los arquitectos, una planta OTEC no solo sería un suministro de energía ecológica, sino que debido a su proceso de conversión único, también produciría agua desalinizada como subproducto. Además de la producción de 300.000 litros de agua dulce diarios, la planta OTEC podría emplearse también para producir hidrógeno mediante electrolisis. Alex Michaelis se imagina a las propias islas como hogar de sus operarios, que tendrían que trabajar “a bordo” para llevar a cabo las funciones de mantenimiento. Michaelis cree que los habitantes podrían ser capaces de cultivar marisco y vegetales, y que vivirían en las islas durante turnos mensuales, al igual que sucede hoy en día en las estaciones petrolíferas.
Varios críticos han cuestionado la viabilidad del sistema de 50.000 islas artificiales, argumentando que es improbable que el proyecto pueda implementar sus costos de manera eficiente. En respuesta a estas críticas, Michaelis afirmó: “Tenemos que considerar que estamos en guerra tratando de buscar una nueva forma de obtener energía limpia; los esfuerzos en tiempos de la Segunda Guerra Mundial produjeron enormes cantidades de aviones, tanques, barcos y demás armamento por parte de ambos lados en contienda. Solamente en aviones Spitfire, el Reino Unido construyó 20.300 unidades, lo cual hace que la construcción de más de 50.000 de estas plantas parezca una cifra razonable”.
Traducido de Unlimited Solar Energy from the Ocean? (autora: Sarah Gingichashvili)
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